05 mayo, 2015

Frustración en la infancia


Os traemos un interesante artículo de la psicóloga Yolanda González sobre la frustración "educativa" en la infancia.







Vivi­mos en una Sociedad, donde desde la más tierna infan­cia, se nos enseña a sopor­tar la frus­tración. Existe la creen­cia gen­er­al­izada, de que si no hay frus­tración mar­cada por los adul­tos, los bebés y los niños-as, no logran tener ningún límite a su demanda (“per­ver­sos polimor­fos”) y como con­se­cuen­cia, devienen en suje­tos anti-sociales y no adaptados.

Hemos acep­tado, que la vida es dura y cruel. Y nue­stros hijos deben prepararse para afrontarla cuanto antes. Es por ésto, que desde que son bebés, recibi­mos con­se­jos per­ma­nentes sobre cómo evi­tar que nue­stros hijos se mal­crien: “No lo cojas en bra­zos” “No atien­das a su llanto, que primero te piden la mano y luego te toman el brazo”. “No tran­si­jas, pues se subirán a las bar­bas”. Tan­tos y tan­tos tópi­cos, con el único obje­tivo de que esos bebés, ávi­dos de con­tacto epidér­mico, de mirada amorosa, de empatía pro­funda, vayan aprendiendo a través de la fri­al­dad, a ser “Duros”, que no fuertes.

Poco a poco, la sociedad nos trans­mite que debe­mos aco­razarnos. Con una coraza rígida e insen­si­ble ante el dolor de los otros “porque la vida es así”. Poco a poco, nos dis­tan­ci­amos de nue­stro instinto pro­tec­tor, y de nue­stro sen­tido común, para ser máquinas que respon­den al sis­tema, con sum­isión. Acep­ta­mos las nor­mas, aunque sean irra­cionales, y for­mamos parte del engranaje.

¿Qué hemos olvi­dado? ¿Qué con­fundi­mos cuando hablamos de límites, edu­cación, autori­dad, frus­tración…?. Olvi­damos que ese bebé y ese niño, tiene una innata capaci­dad, para SENTIR mejor que nosotros-as cuáles son sus necesi­dades más impe­riosas. Olvi­damos que, sigu­iendo a man­uales o recomen­da­ciones que dina­mi­tan el sen­tido común (el más escaso de los sen­ti­dos), vio­len­ta­mos el pro­ceso nat­ural de autonomía y auto-estima, que se forma tan sólo desde el respeto a sus necesi­dades bási­cas. Tan sólo una respuesta sen­si­ble y empática a sus necesi­dades pri­marias, garan­tiza un desar­rollo psi­coa­fec­tivo saludable.





JAMAS, debe­mos de frus­trar las necesi­dades afec­ti­vas. ¿A quién le ha hecho daño un abrazo, una mirada cál­ida o una pres­en­cia en los momen­tos de mayor necesi­dad? ¿A quién le hace daño el amor?





Con­fundi­mos la frus­tración de necesi­dades cul­tur­ales, con la frus­tración de las necesi­dades afec­ti­vas. La única frus­tración salud­able, es la que frena el sin­sen­tido del con­sum­ismo. Con­sum­ismo de la Tv. no con­struc­tiva. De los dul­ces exce­sivos. Sabe­mos que com­prar y com­prar, tapona en pequeños y may­ores, grandes lagu­nas y ausen­cias afec­ti­vas. Y la sociedad no limita, sino fomenta estas necesi­dades vacías.


Estas y no las otras, son las necesi­dades secun­darias o cul­tur­ales que debe­mos apren­der con inteligen­cia y amor, a lim­i­tar. Muchos pedi­atras, autores, veci­nos, cues­tio­nan la lac­tan­cia nat­ural pro­lon­gada. Y la jus­ti­f­i­can desde psi­col­o­giza­ciones y teoriza­cíones, sin ningún fun­da­mento. Sin ningún seguimiento prác­tico y directo de bebés, que de forma sól­ida, per­mita realizar dichas afir­ma­ciones. Y en los casos que se acom­pañan de obser­vación, lo obser­vado responde gen­eral­mente a lo “nor­mal” y estadís­tico para la sociedad actual , igno­rando y descono­ciendo lo que pudiera ser “lo sano”. Inten­tan imponer con sus cri­te­rios, lo que hace la may­oría, sin cues­tionar, si esos cri­te­rios gen­eran feli­ci­dad o infe­li­ci­dad, salud o normalidad.

Frus­trar la necesi­dad del pecho a demanda y la necesi­dad de la lac­tan­cia pro­lon­gada (en los casos que así se decida, o en su defecto un biberón dado con con­tacto y amor) , es negar­nos una expe­ri­en­cia esen­cial en la vida: Porque, cono­cer el placer y el amor, es la mejor pre­ven­ción de trastornos psi­co­somáti­cos pos­te­ri­ores. Per­mi­tir que el bebé, explore cuáles son sus necesi­dades y que el medio se las posi­bilite, es lo que crea con­fi­anza y seguri­dad en la vida.

Es lo que posi­bilita el vín­culo. El apego seguro. Los padres, y el pro­fe­so­rado están a veces muy des­ori­en­ta­dos con tanto bom­bardeo infor­ma­tivo y contradictorio.

Es por ello muy impor­tante, desar­rol­lar la capaci­dad de empa­ti­zar con nue­stros bebés ya desde el embarazo, para que el con­tin­uum de relación, ese ” hilo mágico” como me gusta lla­marlo y que algunos padres y madres percibi­mos desde el nacimiento hasta la autonomía de nue­stros hijos, sea el mejor antí­doto ante tan­tas influ­en­cias nefas­tas en el desar­rollo salud­able de la primera infancia.

Ese “hilo mágico”, se llama VINCULO, y su base es la con­fi­anza, la seguri­dad y sobre todo el AMOR, del bueno.




Por Yolanda González 

Vía: Biencriados.com